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Andalucía
REPORTAJE
"Con la Iglesia hemos topado"
Una crítica al "asfixiante peso del cristianismo" en la cultura sevillana
LUIS MANUEL RUIZ 01/12/2002
El rock & roll es un tipo de música que nació con afán polémico: desde el celebérrimo Roll over Beethoven, ha sido diseñado para sacudir la modorra de las mentes bienpensantes, denunciar las paradojas de un mundo demasiado acomodaticio que vive anclado en el perpetuo homenaje a sí mismo, demostrar que existen voces marginales que no se identifican con las estructuras vigentes y que reclaman un oído fuera de los mentideros acostumbrados.
Por eso el rock & roll, aparte de para hipnotizar a los adolescentes, ha servido de cobijo a una prolija colección de pederastas, alcohólicos, toxicómanos y desquiciados de varias raleas; y es que su ritmo espasmódico tolera toda clase de mensajes, aun aquellos que mezclan jerarquías y escatología y cubren a los próceres con adjetivos propios de otros seres más retrasados en la escala evolutiva.
En España, la época de la transición supuso una verdadera edad de oro para la vena más salvaje e iconoclasta del rock vernáculo. Se podría citar a la remota Banda Trapera del Río, que en su primer elepé disparaba simultáneamente contra la democracia y el clero: "Padre nuestro que estás en el gobierno -cantaban-, santificado sea tu dinero".
En Sodoma y Chabola, Leño, la formación de Rosendo, criticaba la desidia de los políticos que dejaban a los niños agonizar en barriadas del extrarradio de Madrid.
Cómo no recordar la ruidosa rebelión de todo el magma de grupos que surgió en Euskadi a principios de los ochenta, Kortatu, Eskorbuto y otros, y a La Polla Records, que gritaba a voz en cuello a través de los micrófonos que todos los fascistas vivían cara al culo y que ser demócrata y cristiano valía por ser un gusano.
La provocación no conocía fronteras: Ilegales podía atreverse incluso a ensalzar la memoria de Hitler en un tema en que anatemizaban el mal olor de los hippies. A pesar de la ferocidad de todos aquellos himnos, de la furia con que se voceaban desde el plato del tocadiscos, ninguno de ellos fue censurado y ninguno de sus autores conoció el calabozo, no al menos por ejercer de letrista.
Tenía que llegar la formación sevillana Narco a meterse con la Semana Santa para comprobar que, como dijo Alonso Quijano, todo es topar con la Iglesia.
(...)
El grupo Narco se encuentra dentro de esas bolsas residuales de sevillanos que, como yo, no creen que toda la cultura de nuestra capital deba reducirse a incienso y tambores.
Me consta que el autor del famoso juego Matanza cofrade es del mismo sentir. Podrá no estarse de acuerdo con la forma elegida para expresar su queja, pero a mí no me cabe la menor duda de que su ira es tan justa como la del mismísimo Jehová.
Lo que ha hecho esta persona ha sido simplemente dotar de un envoltorio explosivo al grito que lucha por brincar desde el fondo de sus pulmones: soy sevillano y las cofradías me traen al fresco. Quizá esos hermanos mayores que solicitan respeto para sus estatuas deberían ser también respetuosos con quienes no viven a su sombra y dejarles opinar lo que deseen.
(...)
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