domingo, julio 08, 1979

Ruidos y músicas en la "jungla" de cemento y metal (EL PAÍS)

ELPAIS.com
REPORTAJE: El murmullo de la ciudad
Ruidos y músicas en la "jungla" de cemento y metal
08/07/1979

Es un murmullo formado por otros murmullos, compuesto de ruidos particulares. Frenos chirriantes, una excavadora, la moto chula, la tubería, el ruido de un motor que vibra junto a la goma, sobre el asfalto y, de cuando en cuando, el viento o un audaz pájaro enjaulado.Y contra este murmullo, contra este sonido insidioso y metálico, no hay ninguna defensa. Al nivel de la calle, en las casas que escuchan el ascensor, en el subsuelo como un rugido rodante y omnipresente, no podemos cerrar nuestros oídos, que aprenden así una gama de sonidos disformes, pero fuertes, opacos, pero potentes.

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Pero, en general, la paranoia se extiende por el asfalto. Los nombres de los grupos merecen ser repetidos otra vez más: Suicidio, Comandos Suicidas, Topo, Suburbano, Los Motores, Alambre, La Matanza y los Perros, los Niños Muertos y la génesis de todo: Planta de Fuerza. Así se produce la música eléctrica y éstos son sólo sus representantes directos, quienes no ocultan (al igual que los grupos pesados, superestruendosos, como Van Halen o Ted Nugent) la verdadera naturaleza de su arte. Esta música no amansa a las fieras, las excita, llevando el murmullo, el color o lo que sea hasta sus últimas consecuencias. Así, ir a un concierto como el de lan Dury o Siouxsie puede ser divertido, pero también es catártico. Luego se vuelve a casa y cuando no está enchufado el tubo reluciente, la radio, el tocata o los cassettes destilan una vez más electricidad en forma bella.

Pero aunque La Banda Trapera del Río salga de los suburbios barceloneses para gritarle a su distinguido público que vayan a las cloacas, donde estarán mucho mejor, una gran parte del respetable no está de acuerdo con tan lúcida proposición. Prefiere tal vez pensar que es autónomo y escucha desde su apartamento en la ciudad-dormitorio los cánticos celtas de Alan Stivell, algún concierto de Vivaldi o la suavidad acústica de la guitarra de Andrés Segovia. Y es que el sonido de la máquina puede disfrazarse en mil formas diferentes que final mente sirven como válvula de escape a la macerada sensibilidad del individuo.